jueves, 28 de abril de 2011

Los amantes de Teruel de Antonio Muñoz Degrain


Durante el mes de mayo

Una obra. Un artista.

Todos los fines de semana se analiza una obra en relación con el artista que la creó, en la sala en la que se encuentra expuesta. Durante el mes de mayo el Departamento de Educación del Museo del Prado dedicará la actividad a Los amantes de Teruel , Antonio Muñoz Degrain.

Datos de interés:

Sábados a las 12:30, 16:00 y 17:30 h.
Domingos a las 11:00, 12:30 y 16:00 h.
Inscripción previa, 30 minutos antes del comienzo de la actividad, en el punto de encuentro del Área de Educación, situado en el vestíbulo del Edificio Jerónimos. Grupos de 20 personas máximo.

MATERIAL PARA EL AULA
AUTOR
Antonio Muñoz Degrain (Valencia, 18 de noviembre de 1840 – Málaga, 12 de octubre de 1924) fue un pintor español de estilo ecléctico, mezcla de romanticismo con modernismo.
En sus comienzos realizó una pintura realista. Realiza cuadros de temas históricos. Destaca sobre todo como paisajista. Trata los temas con gran imaginación y ciertas implicaciones simbolistas. Al final de su vida, pinta con pinceladas cortas y vivas, de un cierto impresionismo tardío.

Entre sus obras, se pueden citar:

- Vista del Valle de la Murta (1864), premiado en la Exposición Nacional.
- Paisaje del Pardo al disiparse la niebla (1867), premiado en la Exposición Nacional.
- Otelo y Desdémona (1881).
- Los amantes de Teruel (1884), primera medalla en la Exposición Nacional.
- El Tajo, lluvia (1915).

Otelo y Desdémona


Conversión de Recaredo

LA OBRA

En Italia Muñoz Degrain realizará uno de sus primeros cuadros de historia. En él narra el amor imposible de doña Isabel Segura con el archiempobrecido noble don Juan Martínez de Mansilla en el año 1212. El caballero se había marchado en busca de fortuna y la doncella esperó cinco largos años a su amado, siendo obligada por su padre a contraer matrimonio con don Rodrigo de Azara. En ese preciso instante llegó don Juan a Teruel para ver el enlace matrimonial de su amada, solicitándola posteriormente un beso. Ante la negativa de la recién desposada, el amante se murió. Acto seguido también falleció doña Isabel.
Lo que vemos en el cuadro de Muñoz es el interior de la iglesia turolense de San Pedro, donde yace el cuerpo sin vida de don Diego, amortajado con el traje de guerrero con el que había regresado de su aventura en búsqueda de riquezas, colocado en un sencillo féretro que se ubica sobre un catafalco, adornado con rosas y coronas de laurel como homenaje a las glorias y los triunfos del caballero. Sobre su pecho reposa la cabeza de su amada; Isabel acaba de exhalar su último suspiro, tras besar los labios de su eterno e imposible amor. La dama va vestida aún con los lujosos ropajes de sus recientes desposorios. Junto a ella observamos un candelero con su velón humeante, volcado por la novia al precipitarse sobre el cadáver de su amado. La escena es contemplada con curiosidad y ternura por dos dueñas y el resto del cortejo fúnebre, apenas distinguible en la penumbra formada por el velo que cubre el gran ventanal del fondo del templo. En esa misma zona se aprecia al oficiante, que se ha girado bruscamente para observar el suceso.
Las novedades que aporta Muñoz Degrain en esta pintura serán muy interesantes para el género de la pintura de historia: la interpretación expresionista de la materia pictórica y el exultante colorido resaltado por la luz mediterránea. El pintor ha conseguido plasmar el denso y casi asfixiante ambiente que hay en el interior de la iglesia, pudiendo casi observarse la mezcla del humo de los cirios, el aroma desprendido por el incensario, las flores marchitas y la lámpara de aceite, apreciándose casi la respiración de los asistentes al desdichado suceso.
Degrain muestra la escena desde un punto de vista oblicuo con el fin de acentuar la profundidad espacial, iluminando fuertemente la escena de primer plano para resaltar a los protagonistas, centrando en éstos la intensidad dramática del asunto. Emplea una pincelada amplia y jugosa, con toques enérgicos y empastados, recurriendo a pinceladas de colores puros, sin renunciar a las calidades táctiles de las telas como la transparencia del velo de la novia, la brillantez del raso, la gruesa alfombra o los terciopelos de los trajes de las plañideras. Mientras, las figuras del fondo apenas están sugeridas, trabajadas con gruesas pinceladas, sin apenas matizar.
El cuadro fue presentado a la Exposición Nacional de 1884, consiguiendo la Primera Medalla, siendo adquirido por el Museo del Prado en 9.000 pesetas.

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